…ESA ATMÓSFERA QUE HABITA ENTRE LOS SUEÑOS
Cristina González Béquer
Los siento entre la realidad y la nostalgia, entre la vigilia y el sueño. Me miran a los ojos y me retan con su piel trabajada por el tiempo y los instrumentos. Sin embargo, los personajes de Lázaro Niebla no son materia de la imaginación o del recuerdo: son reales. Son tangibles. Habitan en algún lugar conocido, andan por las calles, tienen nombre. Simplemente guardan silencio. Sucede que el material de mis nostalgias es el material de la infancia perdida, un sueño pasado. Así que me confunden: parecen soñados. Pudieran estar al lado de los vianderos de mi infancia, de mis carboneros, de los vendedores, de las tantas voces que pregonan en mi memoria. Estarían acompañados por la música de entonces, sonando en la victrola de la esquina, Me enfrentan a esta verdad: el diario bregar en Trinidad de Cuba es siempre el mismo, más allá del turismo agresivo, de las transformaciones en la arquitectura vetusta y querida, de los extraños que quebrantan el silencio perdido y siempre añorado. Es la vida de todos los días, sobre todo la vida de los que moran pegados a la tierra. A pesar de las estadísticas de visitantes «del mundo civilizados» al polo turístico, hay pies descalzos que, en este momento, están caminando por encima del diente de perro de Guanayara, de Río Hondo, del Ojo del Toro. La necesidad enorme de revisitar el pasado perdido y pensar en compartirlo con los demás acarrea sorpresas. Y así, sorpresivamente, aparecen las coincidencias, se producen los encuentros. Y sobre todo se percibe el sentimiento de compañía que rectifica la sensación de soledad. Nunca se anda verdaderamente solitario por estos caminos. No cuando el tiempo transcurre y siguen apareciendo espíritus curiosos que ansían entender el mundo circundante; un mundo lleno de individuos con sus angustias y sus alegrías, gente que vive y gente que sueña. Lázaro Niebla vive en el mismo escenario que habité un día. Lázaro se mueve en la escenografía que me saludaba camino del colegio, a la ida o a la vuelta. Por esas calles y parajes se encuentra los rostros que después interpreta con sus manos ingeniosas. Pero ha pasado el tiempo. Sus rostros son de hoy, aunque pudieran ser rostros de hace medio siglo. Las personas sencillas siguen siendo las mismas y podría ubicarlas dentro de mis vivencias sin que desentonaran. Podrían acompañar mis gestos de infancia. Pero la verdad es que pueden dialogar con un artista de hoy. La pequeña historia, decididamente, es la materia prima de la historia grande. Mientras las estadísticas contemporáneas pretenden escribir la Historia del progreso en la Trinidad turística, la gente del pueblo continúa dando testimonio de lo que fue y ha sido la recoleta villa que fundó Velázquez, la misma que algunos conocemos y queremos como Trinidad de Cuba. Lázaro Niebla es un artista agradecido: fue a estudiar a Trinidad y allí hizo familia. Allí vive y trabaja, allí conoce y construye sus personajes. Allí recupera y transforma los pedazos de los objetos que acompañaron la existencia de los hombres y mujeres comunes a lo largo de siglos: a sus postigos se han asomado centenares de rostros, por sus dinteles han entrado y salido innumerables seres actuantes. De manera que su obra es también, para honra y gloria de los trinitarios, un tributo a los artesanos que en otro tiempo tallaron la madera para construir puertas y ventanas. Y también, por supuesto, un aporte a los muy diversos caminos que toma el arte en su empecinada faena de crear sentido, de embellecer la vida, de alimentar el alma.